EUCARISTIA por Pedro Serrano
Publicado por Movimiento Apostólico Seglar el 18 de abril de 2007 +información-->
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Jalones históricos La última cena. Jesús, previendo que le quedaba poco tiempo, antes de que lo ajusticiaran los soldados romanos por instigación de las autoridades judías. Hizo algo normal, y a la vez novedoso. Con sus apóstoles, celebró la última cena de despedida, a la usanza judía del siglo I, aprovechando el tiempo de la celebración de la Pascua Judía, y para dar ánimo a los discípulos (lo más seguro es que participaran mujeres). No usaron ninguna vestidura especial, ni él ni sus amigos; tampoco rito alguno. Durante el transcurso de la cena bendijo el pan (común), luego bendijo el vino (usual); mandándoles que hicieran eso en memoria suya. Jesús no fue sacerdote judío, sino laico, célibe y obrero. Pero en la carta a los Hebreos se nos dice que Jesús fue el único, nuevo, verdadero y eterno Sumo Sacerdote.

La cena del Señor. Las primeras comunidades cristianas que se van formando a partir de la resurrección de Jesús, celebran la Cena del Señor en las casas particulares (pues todavía no tenían ni templos, ni liturgias, ni sacerdotes), sin usar vestiduras especiales. Unas veces presidía algún apóstol, otras algún misionero itinerante, y la mayoría de las veces las celebraban ellos mismos. Solían hacerlas en el primer día de la semana judía, es decir en domingo (día de la resurrección de Jesús). La cena eucarística consistía en una comida, en donde el presidente al bendecir el pan y el vino con las palabras de Cristo, Jesús los transformaba en su cuerpo y en su sangre.

Los servidores. Cuando ya se multiplicaron las comunidades en la expansión de la Iglesia, hubo necesidad de nombras diáconos (servidores), presbíteros (ancianos, es decir con experiencia) y obispos (vigilantes, algo así como inspectores). Dado que estos responsables se iban especializando más en las actividades religiosas, pues seguramente irían presidiendo ellos las cenas del Señor con mayor regularidad.

Los ministerios. A partir del siglo IV, estos servidores fueron instituidos oficialmente por la Iglesia, asumiendo progresivamente las funciones de presidir las eucaristías, celebrar los sacramentos, dirigir las catequesis y enseñar a los fieles. Para los obispos se fueron reservando la jefatura sobre presbíteros y diáconos y sus respectivas comunidades, así como la vigilancia sobre la ortodoxia, nombramientos de cargos y consagración de ministros. Los obispos en la Iglesia, eran lo que los ministros civiles en el Imperio. Comienzas a introducirse en la organización y la liturgia de la Iglesia, ciertos elementos de judaísmo. La Cristiandad. La Jerarquía de la Iglesia se va haciendo poderosa, en alianza con el poder imperial y monarquías absolutas (Iglesia de Cristiandad). Hay grandes templos y catedrales magníficas, llenos de lujo y de riqueza. Los ministros se revisten con vestiduras de una elegancia exquisita. Se van llenando el culto y la liturgia de grandeza. Los sencillos súbditos eran obligados a ser cristianos por las autoridades monárquicas y eclesiásticas, prohibiéndose otras religiones. Dado el gran número de fieles, que asistían a las Eucaristías, se deja de comulgar con vino, y en vez de pan partido, se da la comunión con hostias.

Vaticano II. Fue un concilio pastoral. Es una llamada a la sencillez de los cristianos en la vivencia de la fe, la esperanza y la caridad. Los sacerdotes y religiosas, comienzas a dejar hábitos y mansiones para acercarse más al pueblo. Se impulsa la teología de la encarnación y de la inculturación. En muchas comunidades se comulga con pan y vino cotidianos. Algunos presbíteros, cuando las circunstancias lo aconsejan, celebran sin alba ni estola. Va progresando, cada vez más, la participación de los laicos en las Eucaristías; muchas de ellas celebradas en casas, como en la época de las primeras comunidades. Involución. En ciertos sectores poderosos e influyentes de la Iglesia, temen al progreso, la participación laical y la igualdad de la mujer. Comienzan a cerrar las ventanas y puertas que el Concilio Vaticano II fue abriendo para adaptarse al mundo moderno. Des las dos últimas décadas del siglo XX, conviven en tensión y frustración la Iglesia conservadora y la Iglesia de los pobres. Ello se manifiesta en las diferentes maneras de celebrar la Eucaristía, que hacen referencia a dos modelos de Iglesia: del poder y de los marginados. Significado de la Eucaristía

¿Representación? Muchas iglesias protestantes y denominaciones evangélicas, piensan que la Eucaristía es solamente un símbolo, un signo o una representación de Jesús. Están equivocados. Aunque tengan buena voluntan, interpretan erróneamente la Sagrada Escritura.

Jesucristo. La verdad: la Eucaristía es Cristo; es el mismo Jesucristo resucitado. Por tanto, el pan consagrado es su cuerpo, es decir, su amor que se nos entrega. El vino consagrado es su sangre, es decir, su vida que se derrama por nosotros.

Transformación. El cuerpo y sangre física de Jesús, con la resurrección, son transformados en nuevo cuerpo (su amor divino) y nueva sangre (su vida divina), ambos presentes en la Eucaristía. En cada pedacito de pan-cuerpo de Cristo, está todo Él (Jesucristo en su cuerpo y su sangre); en cada gotita de vino-sangre de Cristo, está todo Él (Jesucristo en su sangre y su cuerpo). Aunque se parta el pan y se reparta el vino, en cada porción de pan y de parte de vino está el mismo Jesús resucitado, que murió por nosotros.

Memoria. En la Eucaristía, hasta que vuelva Jesucristo, celebramos su muerte para liberarnos de nuestros pecados; y, su resurrección por la salvación de la humanidad. Recordamos sus deseos: “Haced esto en memoria mía”.

Consagración. Consiste en pronunciar las palabras, en cualquier lengua, que Jesús pronunció en su lengua aramea: “Esto es mi cuerpo”, Esta es mi sangre”. En la consagración, Jesús nos entrega su amor y su vida, es decir, el mismo se entrega por nosotros. Cumple lo que nos dice: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los demás”. Es el mismo sacrificio de la cruz cruento, que celebramos en la consagración de forma incruenta. También es Jesús resucitado que se manifiesta en la Eucaristía.

Comunión. En la comunión, nosotros recibimos el amor y la vida de Cristo; lo recibimos a él. Así, adquirimos una naturaleza divina, somos transformados en hijos de Dios y templos del Espíritu. Formamos, así, una unidad, aunque plural, con Cristo. Por la comunión somos, pues, el cuerpo místico de Cristo. Ya no somos solamente nosotros (débiles seres humanos), sino somos Cristo que habita en nosotros (personas divinizadas por nuestro amor solidario, que procede de Cristo, hacia Dios y hacia los hermanos). Recibir a Jesús es, también, aceptar su causa: El Reino de Dios de justicia y de paz. Es seguirle, liberando a los oprimidos.

Iglesia. La Eucaristía, por tanto, hace a la Iglesia. Pero la Iglesia (cuerpo de Cristo y pueblo de Dios), hace la Eucaristía. Sin Eucaristía no hay Iglesia. Asimismo, sin Iglesia no hay Eucaristía. La Iglesia es, a su vez, comunidad de comunidades. La Eucaristía es el núcleo vivo de cada comunidad. Sin Eucaristía la comunidad sería solamente un grupo religioso.

Sacramento. La Eucaristía es el sacramento del amor y de la vida de Jesús, manifestada misteriosa, real y universalmente en medio de todo grupo humano. Es el mayor de todos los sacramentos. Todos los sacramentos tienen su plenitud en la Eucaristía. Jesús histórico y Eucaristía

Jesús vivo. Jesús eucarístico, es el mismo Jesús resucitado. Pero amar a Jesús resucitado que se manifiesta en la Eucaristía, sin asumir al Jesús histórico es una herejía (El docetismo afirmaba la divinidad de Cristo, mientras decía que su humanidad y su cuerpo eran aparentes).

Identificación. La Eucaristía, es verdadera comida y verdadera bebida; es decir verdadera identificación nuestra con Cristo, que ha de conducirnos a ser, a pensar, a sentir y a actuar como Jesucristo, pero sin dejar de ser lo que somos cada uno de nosotros. El Cristo de la fe, queda identificado en el Jesús histórico. Por tanto, el Jesús de la historia es expresión plena del Cristo de la fe presente en la Eucaristía. Quien quiera acercarse a Cristo-Dios resucitado que se nos da en la Eucaristía, a de seguir a Jesús histórico que acabó en la cruz. Cristo y Jesús son la misma persona. En Jesús se manifiesta más la humanidad sin dejar se ser Cristo-Dios. En Cristo se manifiesta la divinidad sin dejar de ser el hombre Jesús.

Proyecto. En la Eucaristía se manifiesta el mismo Jesús, que en su vida mortal, tuvo un gran proyecto utópico: la salvación universal, anunciando la venida del Reino de Dios que, como la luz disipa las tinieblas, disolvería la muerte, el pecado, el dolor, la limitación, la temporalidad y al mismo mal (o maligno).

Comulgar. Al comulgar con Cristo Eucaristía, asumimos la acción y compromiso de Jesús por el Reino de Dios, que lo fue manifestando a lo largo de su vida pública, en su amor solidario por los explotados, cuyos signos más importantes eran el anuncio del evangelio a los pobres y la curación de enfermos desvalidos.

Las comidas. La Eucaristía hace referencia, a su vez, a los banquetes que daba a los pobres, publicanos y pecadores. Los fariseos (orgullosos de su pureza) y los ricos (endiosados por su dinero), excusaban su asistencia. El Reino de Dios, decía en parábolas Jesús, es alegría, vida y fraternidad. Esas tres manifestaciones de Dios se suelen dar en los banquetes. Dios es, pues como un padre que festeja a su hijo descarriado y vuelto a encontrar; a su hijo muerto que ha vuelto a la vida; al señor que festeja a su hijo en el banquete de bodas, pero que los ricos rechazan y los pobres aceptan. Nos festeja a nosotros, ignorantes y débiles.

Justicia social. La Eucaristía se refiere, asimismo, a la vida en abundancia que Jesús a traído para los seres humanos; al banquete del compartir y repartir equitativamente los bienes de la Creación; es decir, promueve la justicia social, la igualdad entre los seres humanos; la atención prioritaria a los más necesitados.

Revolución. La Eucaristía es una profunda revolución religiosa. Pues, frente al templo judío de Jerusalén, Jesús ofrece el nuevo templo de su cuerpo; frente a la pascua judía del sacrificio de un cordero, Jesús ofrece la Nueva Pascua cristiana, del sacrificio de su vida y la victoria de su resurrección; frente a la ley judía, llena de prescripciones y formalismos externos, Jesús nos invita a practicar la nueva ley del amor escrita en nuestros corazones por el Espíritu.

Liberación. El que comulga con Cristo Eucaristía, lo hará indignamente, si no se compromete en “liberar a los oprimidos”, “dar buena noticia a los pobres”, “dar de comer al hambriento y de vestir al desnudo”. Acciones que le llevaron a Jesús al martirio de la cruz. Fraternidad social y Eucaristía

Igualdad. Por san Pablo sabemos que, en Cristo no hay diferencias entre amos y esclavos, ricos y pobres, judíos y extranjeros, varones y mujeres. En Jesucristo se superan los abusos de castas superiores, las explotaciones de clases dominantes, las discriminaciones de razas elitistas y los privilegios del género masculino.

Dimensiones. El Reino de Dios que implantó Jesús en la Tierra, a partir de su anuncio a los pobres en Israel, tiene dos dimensiones. Es trascendente, eterno y misterioso, y se realiza en el “más allá de la historia”. Pero también, tiene una dimensión inmanente, histórica y visible, en el “más acá de la historia”.

Fraternidad. Si el Reino de Dios es la manifestación y soberanía de Dios, que realiza El Verbo divino encarnado en Cristo-Jesús, supone que comulgar con Jesucristo, es realizar la justicia, la igualdad, la libertad y la paz.

Amor. Por el Evangelio de Juan sabemos que decir: “amo a Dios” cuando “no amo a los hermanos”, es mentir. Por tanto, la Eucaristía, sacramento del amor solidario, ha de ser la realización de la justicia y la paz en el mundo. El perdón al enemigo, implica la defensa liberadora del oprimido.

Servicio. La Eucaristía nos anima a la acción por los hermanos; y, la acción de servicio a las gentes necesitadas nos debe de conducir a la Eucaristía. La actividad humanitaria sin Eucaristía, puede acabar en activismo sin sentido o en corrupción a favor de nuestros intereses. Pero también, nuestro acercamiento a la Eucaristía sin caridad para con los empobrecidos, es falsear la voluntad salvífica de Jesús. El fervor eucarístico

Espiritualidad. Los católicos son el pueblo creyente, que han sabido potenciar una gran cultura religiosa y espiritual. Los católicos se encuentran muy animados y felices en retiros espirituales, celebraciones eucarísticas, grupos de oración, predicaciones, procesiones, rezos del rosario, estudios bíblicos... En definitiva, han sabido desarrollar una profunda espiritualidad y lo muestran con su decidida participación en toda clase de actividades religiosas. En los actos religiosos, los creyentes dan testimonio de su sencilla fe y comunión con Jesús eucarístico, aunque estén poco cultivados bíblica y eclesialmente.

Solidaridad. Ahora bien, los mandamientos son dos: amar a Dios (y eso lo practicamos en el culto y la espiritualidad eucarística), y amar al prójimo (y eso lo debemos realizar en la acción por la justicia). Recordemos que Jesús, en el día del juicio, nos dirá: “venid benditos de mi Padre porque tuve hambre y me disteis de comer”. Pero a los indiferentes con los empobrecidos les dirá: “¡Apartaos! Porque tuve hambre y no me disteis de comer”. Si los creyentes tienen el carisma de la espiritualidad, les hace falta más coraje en el compromiso por la justicia social. Amar al prójimo, pues, es también amar a Dios: “Lo que hicisteis a uno de mis pequeños a mí me lo hicisteis”.

Realización. El Tercer mundo se caracteriza por la pobreza y la violencia que sufren las mayorías. Un cristiano que no luche por la justicia social ni trabaje por la paz, será un mal cristiano aunque participe con frecuencia en la Eucaristía. Es más, la Eucaristía, se celebra en el culto y se realiza en la liberación de los oprimidos.

Globalización. Por tanto, todos los creyentes, si aman la Eucaristía, han de trabajar por el bien común de todos y cada uno de los empobrecidos, haciendo posible el respeto a la persona, la garantía de sus derechos humanos, así como un reparto equitativo de las riquezas en nuestro país y en el mundo. Hay que hacer una globalización que comparta y reparta justamente la producción de bienes y servicios, de forma que acabemos con la pobreza, la incultura, las enfermedades, la violencia delincuencial. Jesús eucarístico, nos envía a la práctica de la solidaridad.

Pedro Serrano


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